La felicidad es la satisfacción del yo cuando conozco mi verdadero valor interior y no tomo nada de nadie. La auténtica felicidad no está condicionada por nadie ni depende de ninguna otra persona, hecho o circunstancia.
La felicidad surge naturalmente de dentro, cuando el yo está libre de necesidad y deseo, cuando el yo deja de intentar adquirir y acumular, y se ha dado cuenta de que es todo lo que puede ser y que no falta nada. Surge naturalmente cuando mi energía, que soy yo, se entrega sin condiciones. Solo cuando desaparece todo deseo y dependencia, solo cuando dejas de agarrarte y apegarte, puedes estar satisfechamente feliz.
Cuando caemos en la trampa de hacer de cosas externas, materiales, físicas, nuestra fuente de amor y felicidad, empezamos a depender de las sensaciones que aquellas producen. Nos convertimos en buscadores de sensaciones.
Todo parte de la primera identificación equivocada, del primer apego, de la primera dependencia, que es la identificación con nuestro cuerpo físico. Esa identidad se extiende luego a todas las etiquetas que le ponemos a nuestro cuerpo (tamaño, género, rasgos). Luego, a todas las etiquetas que les ponemos a las cosas con las que nos relacionamos a través de nuestro cuerpo (posición, sueldo, posesiones).
Entonces, parece que la única manera en que podemos sentir estas estimulaciones -que confundimos con amor y felicidad- es a través de nuestros sentidos físicos. Creemos erróneamente que el amor y la felicidad solo pueden lograrse a través de sensaciones y estímulos físicos.
La solución no es nueva. Ni siquiera es vieja. Es antigua. Se llama darse cuenta de quién soy, lo que significa ser consciente de la verdadera identidad y de la verdadera naturaleza del ser. Conocer el propio yo y la propia naturaleza es reconocer al yo como el lugar de la paz, como una fuente de amor y como un espacio desde donde surge la felicidad en la propia vida.
En esencia, la paz es; la verdad guía; el amor hace; la felicidad recompensa.
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