A fin de conquistar nuestros hábitos negativos, se hace necesario desarrollar la capacidad de controlarlos con nuestra voluntad. Y entonces surge la cuestión: ¿no es controlar también una forma de reprimir? Y todos sabemos que reprimir algo siempre tiene consecuencias perjudiciales.
Tomemos unos momentos para reflexionar sobre esto. Podemos profundizar sobre el proceso de la ira, un hábito negativo muy común. Cuando entendemos que nuestra esencia original es la paz y no sólo lo entendemos, sino que a través de la meditación y la contemplación realmente lo experimentamos, nuestra conciencia cambia. La experiencia habitual es que cuanto más nos sentimos en paz y en bienestar en la mente, más valoramos la presencia de la paz en nuestras vidas. Ahora tenemos mayor conocimiento espiritual acerca de nosotros mismos.
Hay una diferencia fundamental entre controlar y reprimir. Cuando tenemos conocimiento espiritual y alguna situación externa activa nuestra ira (que todavía existe, aunque tengamos la meta de superarla), entonces vamos desarrollando el poder de controlar. Esto quiere decir que incrementa nuestra capacidad de resistir internamente la fuerza de esa ira, ya que en nuestro intelecto mantenemos claridad acerca de quién soy y qué es lo que quiero: preservar mi paz y mi estabilidad. La decisión que tomemos para responder a ese estímulo será una decisión consciente.
En cambio, reprimir es algo que se hace desde la ignorancia, desde la obligación. Por ejemplo, alguien provoca mi ira y reprimo mi reacción. Normalmente lo haremos desde el miedo o desde la incapacidad, es decir, no es una decisión que proviene de un entendimiento y un proceso consciente sino desde lo que se percibe como una necesidad.
Un ejemplo podría ser el jefe dándole una reprimenda a un empleado. Al empleado le encantaría contestarle pero teme por su puesto de trabajo. La ira reprimida simplemente estallará en otro lugar y momento, quizás en su casa con su familia.
Por tanto, el auto-control es una capacidad muy necesaria en nuestro proceso de crecimiento espiritual, siempre desde el discernimiento y la claridad de conciencia.
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