La personalidad de un ángel es como una flor. Es lo que es, y eso es adorable. No hay nada que se le desee adicionar, y al aproximarte eres refrescado y alentado.
La personalidad de un ángel es una dádiva. Está siempre presente, aunque tenga poco que ver con la escena que le rodea. Es más como un contraste en el cual tus ojos pueden descansar. Y es también, a veces, un lugar de reconciliación, pues cuando está presente, los sentimientos conflictivos se encentran y se armonizan.
La personalidad de un ángel es una visión que todos amarán, pues es natural como la suavidad de las colinas. No posee inhibición ni se impone. Es como un niño, pues en sus acciones no existe ningún motivo oculto. La mente ya está absorta en otro lugar y, así, aquello que es hecho y es visible, sencillamente es lo que existe.
Actuar en la compañía de un ángel es actuar con alguien para el cual todo es nuevo y fácil. Existe realización sin lucha alguna y aun las menores cosas son placenteras, como frecuentemente sucede con aquello que se hace por primera vez.
La personalidad de un ángel es muy profunda. Aunque no esté involucrado con nadie y se dirija solamente a Dios, él conoce profundamente el espectáculo del mundo: las formas y colores de los movimientos de las personas. Pasa sigilosamente entre ellos, consciente de las trampas. No es un guerrero, pues en un guerrero todavía hay algo de estupidez que lo hace arriesgarse.
La personalidad de un ángel es multifacética. Es expresiva en muchos lugares simultáneamente, en niveles deferentes, de formas diferentes, pero cada una de las fases se complementa con precisión en la otra. Donde la personalidad humana es dividida en mil prioridades, un ángel se mueve de una hacia otra, bailando entre ellas, el secreto de esto es que un ángel conquistó el tiempo. Para él, un minuto puede contener mil años, pues él mide las cosas por amor. Y el peso que los pequeños hechos traen consigo lo tornan ligero.
Extracto del libro:
ÁNGELES
Anthea Church
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