En la cima de una montaña en la India, durante una meditación al amanecer, tuve una experiencia de unidad, donde las fronteras entre mi propio ser y los demás se tornaron artificiales, pues había un diminuto sentido de mi propia identidad.
Pareció como si me hubiera disuelto y convertido en una parte de todo lo que es. Al mismo tiempo, me sentí uno con Dios; fue como si el alma, lo divino y todo lo demás, estuvieran en unión. Sentí que me convertía en un instrumento de amor, un instrumento para el servicio en el mundo.
Sentado allí, desarrollé la conciencia de que era un alma, un punto sutil de luz divina. Desde este punto, en el centro de mi frente, me conecté con la naturaleza divina, personalidad y pureza de Dios. Cuando sentí la “corriente” de esta unión, experimenté el estado de la “semilla”.
Tuve una especial conciencia del amor divino pasando por mí hacia todos aquellos con los que me había conectado, en el pasado y en el presente. Con simplicidad mágica, el alma se volvió un canal puro y sin obstrucciones para el amor espiritual, que busca lo sensible y despierta e ilumina al que está preparado.
Extracto del libro:
Misión de amor.
Viaje espiritual de un médico
Ed. Kier
Roger Cole
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