Para sentirse bien, hay que entender que nuestra característica fundamental es la paz. Siempre lo ha sido y siempre lo será. Por desgracia, las exigencias, los compromisos, las obligaciones y las responsabilidades del día a día nos limitan y ocupan un lugar tan prominente en la conciencia que no nos sobra tiempo para dar crédito al potencial de ser pacífico.
El ser posee alas y quiere volar. En ocasiones consigue batirlas para alzar el vuelo, pero quizás no tenga suficiente seguridad para, al abandonar su rama, permanecer volando de verdad sin caerse.
¿Qué sucedería si un pájaro batiera sus alas, pero las garras no se soltasen de la rama en la que se encuentra? No volaría y solo se cansaría. El cansancio y la frustración caracterizan el estado de la persona que no tiene fe en su propia capacidad de volar libremente y sobre todos los obstáculos. Se mantiene agarrada a las ramas del apego que generan una ilusión de seguridad.
Hay una frase popular para ayudar a alguien: “hacerle salir del nido”. Pero ¿quién puede hacer salir del nido al “yo” para dejarlo volar? Solamente el “yo”.
El primer paso consiste en aprender a valorar las características de tu personalidad que podrían conferirte una seguridad real, independiente de bastones y de ramas. El segundo, consiste en comprender que los defectos y las flaquezas forman parte de un estado de conciencia que ya no atraes; no hace falta que seas débil.
Cuando alguien está construyendo una casa nueva, todo su amor y esperanza se dirigen al nuevo hogar; el viejo se olvida rápidamente. Viendo la estructura de construcción del nuevo ser todo el interés se dirige al futuro y el pasado ya no tiene fuerza para echarte hacia atrás.
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