La meditación, en el ámbito de la Inteligencia Emocional, nos ayuda a reconocer que las emociones no son “yo”, sino energías que se han puesto en marcha, gatilladas más que nada por reacciones inconscientes ante estímulos externos.
La meditación nos da un espacio de silencio que nos permite reconocer esa diferencia y abandonar la creencia inconsciente de que “yo soy mis emociones, de modo que no hay nada que hacer”. Cuando te mantienes presente en el ahora, con plena atención a tus sentimientos y reacciones, asumiéndolos como propios (y no como el error de los demás), entonces ya no te determinan tanto. Antes de actuar, nombra los sentimientos, escríbelos, dibújalos, corre, camina, háblate. No actúes de acuerdo a tus sentimientos hasta que hayas podido entenderlos.
Estar en calma y aprender a descansar en el centro de nuestro ser es la práctica para un vivir verdadero, libre de preocupaciones, distracciones y miedo. También reaviva el sentido de nuestra eternidad, de nuestra inmortalidad, y la distinción de la materia, del cuerpo. Esto nos brinda una enorme sensación de seguridad.
Solo en el ahora podemos conectarnos con el verdadero ser, estar presentes. En la quietud del ahora reconocemos al ser, nuestra verdad, nuestro propósito, nuestro significado y nuestro camino. En esa serenidad, podemos oír cómo la voz de lo divino nos susurra sus consejos; vemos lo mágico más allá de lo mundano; nuestra intuición está completamente viva y clara. En ese sosiego, estás tú y Dios, entonces, eres tú quien crea tu mundo.
Solo en el ahora, sin pensamientos de más, es posible el oficio divino.
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