Muchas personas manifiestan no ignorar que son seres espirituales que están teniendo una experiencia física. Sin embargo, la verdad subyacente es que a muy pocos les resulta fácil experimentarse como tales seres.
Ha pasado mucho tiempo desde que tuvimos la consciencia de ser seres espirituales. Nuestro hábito más profundo ha sido el de identificarnos con todo, comenzando por nuestro propio cuerpo, y cuando nos identificamos con algo nos apegamos a ello. En cuanto nos identificamos erróneamente con algo, nos transformamos en sus esclavos emocionales.
Llegar al estado en el que somos conscientes de nosotros como seres espirituales requiere, por lo tanto, que nos desapeguemos y desidentifiquemos. El desapego no es una idea que encuentre fácil aceptación en nuestra moderna cultura de adquisición y acumulación. Sin embargo, en el nivel más simple, desapego sencillamente significa alejarse y mirar la vida desde una perspectiva más lejana.
Así, lejos de la acción, observando desde la distancia podemos abarcar un panorama mayor y, si no emitimos un juicio sobre lo que vemos, seremos capaces de interpretarlo con más calma y claridad, existiendo un sentimiento de que, mientras participamos de lleno de la vida, también la contemplamos a ella y a nosotros desde la posición de un testigo. Eso es desapego.
El desapego es esencial si queremos ser libres para amar y cuidar de los demás, así como para ser capaces de discernir y decidir qué forma debería asumir ese amor, sin esa semilla que genera temor a la pérdida, al daño o al cambio, y que luego conduce a otras emociones y actitudes que consumen la vida; ira, envidia, celos, orgullo, etc., porque cuando cualquiera de estas emociones está presente no es posible sentir amor por los otros o tener una naturaleza humanitaria.
Extracto del libro:
A la luz de la meditación.
Una guía para meditar y alcanzar el desarrollo espiritual
Ed. Kier
Mike George
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