En esencia, la espiritualidad es saber cómo vivir. Ese conocimiento nos da la felicidad. La verdadera espiritualidad no consiste en un sistema de culto o un ritual, sino en una actitud positiva hacia nosotros mismos y hacia los demás, lo que convierte la vida en dicha, no en esfuerzo.
Para que la vida sea feliz basta con unas relaciones personales satisfactorias y un objetivo. La felicidad o la ausencia de ella, no obedece a causas externas sino que proviene del interior.
Así, el bienestar material no brinda felicidad, ni tampoco desdicha. La gran afección de la conciencia humana es considerar sólo lo externo como un medio para lograr la felicidad, esperando simplemente lo mejor, en lugar de examinar los valores y actitudes personales.
La felicidad no puede hallarse esperando simplemente lo mejor. No hay atajos. Ninguna otra persona, ninguna cosa externa puede darnos un estado permanente de bienestar. Es nuestra propia responsabilidad lograrlo. Las cosas externas pueden contribuir, servir de guía e inspiración, pero en última instancia la vida es lo que hacemos de ella.
La exploración profunda de nuestro ser nos proporciona entendimiento. Con éste, podemos empezar a crear la vida que deseamos vivir. Sin este entendimiento no podemos liberarnos de las crisis. En la actualidad parecería que a cada paso hay crisis, contratiempos y situaciones insolubles. Se diría que esto se ha convertido casi en lo común para la vida humana.
Cuando desarrollamos y fortalecemos nuestra espiritualidad, la vida es más que la simple supervivencia y la superación de obstáculos. Es una gozosa experiencia llena de amor y significado.
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