Cualquier viaje comienza en casa y poco a poco nos lleva de regreso a ella, lo mismo sucede con el viaje del espíritu. Nuestro hogar espiritual, el hogar del ser, es una dimensión que está más allá del tiempo y del espacio, donde permanecemos en silencio y en compañía de nuestro Padre/Madre espiritual.
El propósito de dejar el hogar, la razón de nuestro viaje al mundo físico del tiempo y del espacio, es simplemente vivir y conocer la vida; conocernos a nosotros mismos, expresar la belleza interior de nuestra naturaleza única, y experimentar la naturaleza y la belleza de los otros.
Para ello, necesitamos estar en una forma física, con nuestros cinco sentidos, y acompañados por los demás, en la misma dimensión temporal, expresándonos y siendo creativos: creando nuestras propias vidas, trabajando con otros, preocupándonos por ellos, ayudándolos y valorándolos en su creación. En la co-creación de esta gran aventura en común, cada uno de nosotros tiene la oportunidad de enriquecer y de ser enriquecido.
Pero, en nuestro desplazamiento a través del tiempo y con nuestra gradual pérdida de la verdadera autoconsciencia, olvidando ese propósito o razón de estar aquí, empezamos a pensar que “aquí” está todo lo que existe, ponemos lo material por encima de lo espiritual en nuestra escala de valores y nuestra vida se hace menos placentera y gozosa, se torna seria y transformamos nuestras relaciones en un negocio: “Te doy, si me das”, “Te amaré, si tú me amas”. Nuestro amor se convierte en temor al volvernos dependientes.
Pero, en lo más profundo de nuestro interior, hay siempre una voz silenciosa que nos llama, susurrándonos, recordándonos amablemente que no somos eso que vemos en el espejo del baño y que no vinimos aquí para estar en perpetua inquietud. Esto es quien eres, esto es por lo que viniste: volver a casa, ser tú mismo, ser consciente y libre otra vez; ser amor, dar amor y ser amado otra vez.
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