La vida está llena de paradojas. Por ejemplo, si quiero comodidad, tengo que soltar todas las comodidades, pues el apego es algo que, aunque no lo parezca, me hace sentir incomodidad. Y no me daré cuenta de esto hasta que aprenda que el verdadero bienestar, el del corazón, no proviene de los objetos, de la gente o de algo externo; es un estado de ánimo que se crea en el interior y no afuera.
La otra paradoja es que, para recibir, tengo que dar. Por cierto, esta idea no es novedosa, pero hay muy pocas personas que la practican, realmente. Si quiero recibir amor y respeto, tengo que dar amor sin esperar nada a cambio. En otras palabras, ¡no tengo que quererlo! Si sigo dando amor y respeto pronto me daré cuenta de que recibo el amor y respeto que entrego, simplemente porque lo siento primero mientras lo estoy dando; esto me libera de la sensación de necesitar y querer algo.
Esto también abre las compuertas a la que podría ser la mayor de las paradojas, es decir, que "ya soy" y "siempre he sido" perfecta hermosura, felicidad y dicha, solo que no me he dado cuenta de ello. Ha sido un largo viaje, durante el cual he recogido muchos recuerdos, impresiones, falsas creencias y malas percepciones; como las capas de una cebolla que cubren el núcleo puro, poderoso y tranquilo del propio ser, el "perfecto yo", tal y como fue creado. De hecho, no tengo que desarrollarme para ser "yo", solo tengo que tomar conciencia de todo cuanto es falso (falsas creencias, falsa comprensión y falsas identidades) para luego abandonarlo.
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