Uno de los hábitos más poderosos que adquirimos tempranamente en la vida es compararnos con los demás, mirándonos bajo la luz de lo que consideramos que son sus méritos o debilidades. Esta actitud puede hacernos caer con facilidad en sentimientos de desesperanza, autocrítica y falta de autoestima, o en sentimientos de superioridad, donde el ego se convierte en crítico de los demás.
A través de la experiencia de la consciencia-alma, tiene lugar una experiencia directa de las cualidades innatas del alma (paz, amor, poder). Cuando advertimos que estos atributos espirituales siempre están presentes dentro del yo, caemos en la cuenta de nuestro propio valor y dejamos de compararnos con los demás. Esto sana los hábitos de autocrítica y de autodenigración que tantos de nosotros aprendemos en nuestra etapa formativa. Toda duda y limitación de nosotros mismos es poco a poco reemplazada por el verdadero sentido de lo que valemos y por una fe más profunda en el yo.
Cuando comprendemos y experimentamos que somos seres de espíritu, eternos, imperecederos, nuestra imagen y percepción de los demás también cambia. Los encontramos más semejantes y el resultado es un sentimiento de que formamos parte de una gran familia, de que somos hermanos del alma.
Nuestra imagen espiritual influye profundamente en nuestra respuesta a los demás, en especial cuando ellos tienen una actitud negativa hacia nosotros. En la consciencia-alma vemos más allá de los colores de la piel y de los sistemas de creencias. En circunstancias en que previamente le habríamos devuelto al otro su negatividad y acabado en una discusión acalorada, nuestra consciencia del yo como alma y nuestra capacidad de acceder a nuestra paz y actitud positiva, combinadas con nuestra percepción del otro como alma, nos ayudan a transforma la situación.
Extracto del libro:
A la luz de la meditación.
Una guía para meditar y alcanzar el desarrollo espiritual
Ed. Kier
Mike George
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