A medida que nos hacemos conscientes del ser, vamos desarrollando de manera progresiva el respeto por nosotros mismos, basado en la consciencia espiritual lo que nos permite ver el mundo de manera diferente, a través de una visión divina de hermandad. Este estado consciente se logra por el autoconocimiento, la unión divina, la pura expresión y el servicio humano. Una vez plenos con estas facultades, conocimiento y virtudes, se dice que el ser se encuentra en su estado más elevado.
Cuando trabajas al unísono con el conocimiento y las virtudes espirituales, el ser se vuelve pleno y alcanza la pureza, es decir, es estable, maduro y gentil, es compasivo y desprendido, y permanece constantemente en paz consigo mismo. Con desapego, pero sensible y amoroso, el ser combina el perfecto equilibrio entre la firmeza y la flexibilidad, al tiempo que se retrae de la perturbación que significa el desánimo o la negatividad. Es comprensivo y benevolente, mientras trata a todos con respeto y humildad.
Este tipo de ser no se siente afectado mientras maneja el problema, no entra en la expansión y permanece luminoso y contento, cálido y accesible. No teme enfrentar alguno de los retos de la vida, reconoce su propio valor y coopera con el servicio del esclarecimiento humano. Discierne con precisión y se entrega, libremente. El ser, en su pureza, emite juicios claros y expresa una autoridad natural, sin esfuerzos. Es un ser rico, completo, que sabe tolerar.
En la senda de la realización, en última instancia alcanzamos todas las facultades y nos volvemos libres de la conciencia corporal y quedan visibles solo nuestras virtudes. El ser regresa al amor y se convierte en una imagen del amor.
Extracto del libro:
Misión de amor.
Viaje espiritual de un médico
Ed. Kier
Roger Cole
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