Quien vive dentro de los límites de su identidad física queda privado de una vida mucho más llena de tranquilidad y armonía. El ser que no se conoce se enmarca en parámetros puramente físicos. La edad, el sexo, la posición social, la cultura y la religión, que dependen mucho del lugar, la fecha o la familia, pueden constituir los muros que impiden la verdadera libertad del ser humano.
La visión que se basa en estos parámetros vuelve al ser miope y astigmático desde el punto de vista espiritual. No distingue el valor real de lo que está delante de sí ni tampoco es capaz de ver más allá en su camino de regreso a la paz. La belleza interna de alguien que está a su lado es ignorada porque los ojos se topan con los aspectos de su cuerpo físico.
Todavía eres muy joven...; Eres de otra religión...; Realmente es muy feo... Frases como estas son propias de una visión estrecha que acaba afectando a todo lo que se quiere hacer en la vida. El individuo que vive así, lejos de la realidad espiritual, se limita por conceptos y preconceptos que inhiben el potencial real del ser.
La paz es nuestro estado natural y no depende de dónde te encuentras o con quién estás, sino que principalmente depende de cómo estás. Se puede mantener exactamente el mismo estado de tranquilidad en un embotellamiento de tráfico o en una magnífica playa o montaña. No depende de las personas que nos acompañen en ese momento. La semilla de ser pacíficos está en todos nosotros.
Si te preocupas mucho por tus actividades o entras en nerviosismo, también empezarás a sentirte mal. El propio sentimiento de no estar bien existe porque, dentro del ser, existe un concepto eterno de lo que significa sentirse bien; la salud normal del ser es la paz. De lo contrario, cómo podríamos saber que estamos mal.
Este concepto se resume en el hecho de que la paz está dentro del ser como un navío que se ha hundido en el fondo del mar y está lleno de tesoros. Está en ti y solo tienes que esforzarte en recuperarla.
Comentarios. 0