Una actitud sabia

La humildad verdadera nace de un espíritu sano, es decir, de un reconocimiento de mi verdadero valor y cualidades. De hecho, siempre va acompañada del respeto por uno mismo. Solo cuando me respeto y me valoro por lo que soy, puedo de verdad ser humilde.

Y ser humilde no significa en ningún caso reducir mi valor, ni verme por debajo de los demás. Ser humilde significa aceptarme tal y como soy, reconocer mi valor intrínseco y, a la vez, el valor y la contribución de los demás.

Cuando hay humildad, estamos abiertos a otros puntos de vista, sencillamente porque tenemos claro que un punto de vista o una opinión ni añaden ni quitan valor a lo que somos. Es decir, lo que nos interesa es acercarnos a la verdad, y para descubrirla es necesario estar dispuestos a soltar y abandonar prejuicios y conceptos preconcebidos. Es necesario escuchar y comprender.

De modo que, con humidad, cuando escucho un argumento opuesto al mío, ya no estoy interesado en «tumbarlo», porque no estoy apegado a lo que pienso. Sé y he comprendido que una idea o una opinión es simplemente una creación de la mente y si no sirve, o no es aceptada, o no es conveniente, puedo soltarla y ... ¡crear otra! Esta es una actitud que brota de la sabiduría interna.

Extracto del libro:
Arquitectura de la calma.
Una guía práctica para encontrar la serenidad y el equilibrio interior
Ed. Luciérnaga
Vicenç Alujas y Guillermo Simó

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